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12 feb 2015

El Comunismo frente a los "Animales" de Chevrón

Daños ecológicos sufridos por la intervención de Chevrón en Ecuador 

Si bien es cierto que lo que ha hecho y hace Chevrón (antes Texaco), una de las principales empresas transnacionales petroleras, en todo el mundo (Ecuador, Nigeria, Irak, Argentina, Rumania, Venezuela, etc.) es repugnante y condenable, el problema de fondo no es su impunidad por todos los desastres que ha causado, ni sus actuales proyectos de “fracking”, etc. Ni siquiera lo es el petróleo o la industria extractiva. Como ya hubimos de afirmarlo hace un par de años en una volante sobre la minería, el problema de fondo es el capitalismo y su progreso.


De hecho, pedirle a una empresa petrolera que no devaste y contamine la naturaleza, que no expropie a las comunidades locales, que no explote a sus trabajadores, que no especule en la bolsa de valores, que no soborne y que no mande a reprimir violentamente las protestas en su contra, es pedirle peras al olmo. Toda actividad extractiva, en particular, y toda actividad capitalista, en general, necesariamente tiene que hacer todo lo anterior para lograr su único objetivo, su razón de ser: lucrar, obtener ganancia. Eso sí, ganancia únicamente para las empresas y los estados, para nadie más. El progreso es progreso sólo para el capital, mientras que para el proletariado y la naturaleza sólo es miseria y muerte.

Daños ecológicos sufridos por la intervención de Chevrón en Ecuador 


El caso Chevrón-Texaco en Ecuador es la muestra incontestable de esta ley general y absoluta del modo de producción capitalista: en las provincias amazónicas donde operó durante décadas, mientras en el polo capitalista (extranjero y local) se acumulaba riqueza y poder, en el polo proletario (trabajadores y comunidades) se acumulaba miseria de todo tipo (despojo, empobrecimiento, falta de servicios, enfermedades, muertes, clientelismo y asistencialismo, prostitución, violencia, etc.), con la connivencia del ejército, las iglesias, la ONG y las universidades. En realidad aquí y en todo el mundo, porque el capitalismo es mundial.

Protestas realizadas contra Texaco en Ecuador

El gobierno capitalista, extractivista y neocolonial de la contrarrevolución ciudadana –y toda la opinión pública nacional e internacional que le hace seguidismo- miente hipócrita y cínicamente cuando condena “la mano sucia de Chevrón” mientras va a hacer prácticamente lo mismo en los campos petroleros ubicados en el Yasuní-ITT, esta vez en el marco de la “nueva era petrolera” y supuesta “soberanía energética” del Ecuador, pero en realidad bajo relación de dependencia principalmente con transnacionales petroleras Chinas. No existe “petróleo responsable” (como tampoco existe “minería responsable”). El petróleo, como todo el capital, arrasa todo a su paso y derrama lodo y sangre por todos sus poros infectos. Y recalcamos: el tan cacareado ad náuseam progreso o desarrollo que traería consigo el petróleo –según el discurso del gobierno ecuatoriano -, sólo es y será progreso o desarrollo para las empresas y los estados, mientras que para el proletariado y la naturaleza sólo es y será miseria y muerte. Los hechos de los próximos años confirmarán esta afirmación.

Ahora bien, ¿por qué el petróleo? ¿Por qué éste se ubica –nuevamente- en el ojo de la tormenta global? Porque la energía es “la sangre de la economía”, siendo que el capitalismo es la dictadura de la economía sobre la humanidad y la naturaleza, y que el petróleo aún sigue siendo la principal fuente de energía. Por eso es que el petróleo es una industria histórica y mundial (capitaneada hasta ahora por EEUU.), y por eso es que ha habido tantas alianzas y sobre todo tantas guerras internacionales por el petróleo, p. ej. en Medio Oriente, así como también por el gas natural, otra importante fuente de energía para la economía mundial. Hoy en día, en el contexto de crisis capitalista general e internacional en el que nos encontramos –de la cual la crisis energética es una de sus aristas-, la punta de lanza del capitalismo mundial es, tiene que ser la industria extractiva en general, y el petróleo en particular. Es una cuestión de sobrevivencia para este sistema: dado que su tasa de ganancia ha caído y entonces hay sobreproducción no sólo de mercancías sino de capitales, es decir capitales que no están siendo productivos y que en vez de ganancias están generando pérdidas (algo inadmisible y terrorífico para los capitalistas), de la mano de la especulación financiera tienen que inyectarle a como dé lugar enormes cantidades de esta sangre negra que es el petróleo a la economía, para ver si así recuperan la tasa de ganancia o al menos para evitar que siga cayendo aún más. Pero el motor fundamental del capital no es éste, sino la explotación de la fuerza de trabajo humano, el trabajo vivo, única fuente creadora de valor y plusvalor. Sin trabajo asalariado no hay capital. Y resulta que el trabajo hoy en día también se encuentra en crisis, muestra de lo cual son los altos índices de desempleo mundial, precisamente porque como al capital sólo le interesa obtener ganancia mediante una mayor productividad y competitividad, tiene para ello que invertir en tecnología de punta y “desinvertir” en trabajo asalariado, es decir sustituir el trabajo de miles y millones de trabajadores por el de unas cuantas novedosas máquinas, robots, programas informáticos, etc.; trabajadores, pues, que son despedidos a la calle, engrosando así el ejército de proletarios excedentes o sobrantes y cada vez más pobres que entonces ya no pueden comprar las mercancías y, por tanto, ya no pueden valorizar al capital ni generar ganancias. Sin duda, se trata de un círculo vicioso y, a la larga, de una contradicción mortal de este modo de producción: sus soluciones a corto plazo se vuelven problemas más grandes -y graves- a mediano y largo plazos. Por esta razón, las guerras internacionales más que por el petróleo, el gas, etc., son guerras para eliminar físicamente a ese proletariado excedente (“lumpen” y población de los suburbios, desempleados, soldados, etc.) así como al proletariado en lucha e incluso insurrecto, es decir en el fondo siempre son guerras contra el proletariado: desde las guerras abiertas en medio oriente hasta las guerras “de baja intensidad” actualmente en la frontera este de ucrania y en las favelas de Brasil, por tan sólo citar un par de ejemplos concretos. No cabe duda que el capitalismo es el mayor genocida y ecocida de la historia. Es la civilización del petróleo y la esclavitud asalariada; del plástico y el fetichismo de la mercancía y el dinero; de la basura, la sobrevivencia y la muerte, sobre todo de la muerte: de hambre, enfermedad y/o a balazos, el capitalismo mata.

Central nuclear de Fukushima

Pero incluso si se llegase a acabar el petróleo (combustible fósil no renovable), el capitalismo tiene otras fuentes potenciales y reales de energía: la energía nuclear, con todas las tragedias que ésta ha generado (recordemos Chernóbil y Fukushima) y que puede generar; y, las llamadas “energías alternativas” o “limpias” -las cuales también forman parte de la “nueva matriz energética” y la “nueva matriz productiva” propuesta por el gobierno de correa-. Sobre éstas últimas, tan sólo decir que en realidad no son “ambientalmente responsables” o “alternativas” “amigables” con la naturaleza como se dice; sino que, por el contrario, dada la crisis ambiental o ecológica actual del capitalismo mundial, “el desarrollo sostenible [y sustentable] no es ni una utopía ni incluso una protesta, sino la condición de supervivencia de la economía de mercado”.  Por un lado, el capitalismo jamás podrá variar o alterar su basamento: la explotación del proletariado y la depredación de la naturaleza. Y, por otro, con “energías alternativas o limpias” ni siquiera podría disminuir la contaminación o el “calentamiento global” por él mismo causado, puesto que “las proposiciones de un “desarrollo sostenible” [y sustentable] o de un “capitalismo verde” no pueden conseguir resultado alguno, pues presuponen que la bestia capitalista puede ser domesticada; es decir, que el capitalismo tiene la opción de detener su crecimiento y permanecer estable, limitando así los daños que provoca. Pero esta esperanza es vana: mientras continúe la sustitución de la fuerza de trabajo por tecnologías, en tanto el valor de un producto resida en el trabajo que representa, seguirá existiendo la necesidad de desarrollar la producción en términos materiales y, en consecuencia, de utilizar más recursos y de contaminar a mayor escala. Se puede querer otra forma de sociedad, pero no un tipo de capitalismo diferente del ‘capitalismo realmente existente’”. (Ídem.) Además, como ya lo dijimos arriba, los problemas resueltos o gestionados por el capital-estado a corto plazo serán más grandes y fuertes en el mediano y largo plazos.

El ecologismo es harina del mismo costal, ya que no es más que un falso crítico y agente solapado del mismo capitalismo. En el caso de Chevrón y del Yasuní, los discursos que van desde exigir “justicia internacional” y “pagar la deuda ecológica”, hasta plantear “otro modelo de desarrollo” (cuya propuesta acaso más “original” y elaborada sea el tal “plan C”) vía “consulta popular” como lo hace “Yasunidos” en Ecuador, lo cual no pasa de ser una expresión de reformismo demócrata pequeñoburgués, de socialdemocracia en versión ecologista. Además con la ilusión de que así pueden “salvar a la Amazonía” y que “el Yasuní depende de ti” (de tu firma). Frente a lo cual, reiteramos una vez más que el progreso o el desarrollo sólo es y puede ser de carácter capitalista. Mientras que, como ya lo afirmamos en una reciente ocasión, la democracia es el modo de ser y de funcionar de la sociedad mercantil generalizada, es la dictadura del capital sobre el proletariado. Es decir, el capitalismo es progresista y democrático por excelencia. Por lo tanto, por un lado, cualquier modelo de desarrollo o de progreso sólo puede ser capitalista: el capitalismo, aunque se vista de “verde” o de “ecológico” y hasta de “indigenista”, capitalismo se queda; y, por otro lado, participando dizque como una “forma de presión” y “críticamente” en las instancias y mecanismos democráticos no se hace más que legitimarlos y reforzarlos. La democracia, o sea la dictadura del capital, en ecuador no está “en extinción” sino más fuerte, y los “Yasunidos” contribuyen a ello, por más que se quejen de sus trampas y “faltas de garantías”, etc. En fin, estos intelectuales-activistas “alternativos” de “nueva izquierda” (“marxistas ecologistas” incluidos) no cuestionan ni combaten el progreso ni la democracia –pilares del capitalismo-, sólo quieren reformarlos y humanizarlos, mejor dicho, “yasunizarlos”. Son agentes “verdes” del capital-estado, del enemigo del proletariado.

Producción en masa de productos 

Igual de perdidos, ilusos y reaccionarios son los ecologistas que creen que se puede “aportar con un granito de arena” al dejar de consumir tanto plástico y demás derivados del petróleo, movilizarse en bicicleta, “ahorrar energía”, llevar un “consumo responsable”, “dejar una huella ecológica menor”, etc., etc., como si el problema real fuera el modo de consumo y no el modo de producción, cuando en realidad es éste el que determina a aquél, y como si la contaminación de las personas fuera comparable con la contaminación de las empresas; es decir, los que, so pretexto de “el medio ambiente”, quieren que el proletariado sea aún más austero y por tanto aún más miserable de lo que ya es, con lo cual el ecologismo ni siquiera le hace cosquillas al capitalismo sino que más bien le hace un gran favor. Como siempre y sin duda entonces, el ecologismo es la respuesta burguesa a la catástrofe ecológica del mismo capital, ya que nunca ataca sus causas sino sólo algunos de sus efectos, parcializando y desviando así la lucha del proletariado de lo fundamental: la producción mercantil de valor y la explotación capitalista sobre el proletariado y la naturaleza, cuya base es la propiedad privada y el trabajo asalariado, y cuyo guardián es el estado; es decir, lo desvía de la lucha de clase contra el capital y el estado, y a favor de sus necesidades y de la vida. Por lo tanto, reafirmamos que “en una época en la cual los efectos devastadores de la producción mercantil provoca muertes cada vez masivas por desertificación, deformaciones físicas irreversibles o enfermedades incurables por contaminación ambiental,... la rebeldía proletaria contra el sistema se seguirá desarrollando y el desarrollo de la misma encontrará en los ecologistas de todo tipo un obstáculo más que deberá barrer para imponer su revolución.”


Ya escuchamos los tartosos graznidos de “ortodoxos”, “extremistas”, “infantilistas”, o de“eurocentristas”, “especistas”, o la típica de “sólo critican y no proponen nada”, como “respuestas” a nuestras críticas anteriores. Nos tienen sin cuidado. No debatimos ni debatiremos con pseudorevolucionarios y reformistas, que son parte del enemigo. Los proletarios revolucionarios, de aquí y de todas partes, criticamos tanto teórica como prácticamente al capitalismo mundial de manera radical –esto es, desde su raíz o fundamento- y en cualquiera de sus formas históricas y regionales. Así pues, el “socialismo real” (mal llamado “comunismo”) nunca dejó de ser capitalismo porque jamás abolió ni superó los fundamentos y relaciones sociales capitalistas, además que se basaba en el industrialismo destructor de la naturaleza y en la ideología del progreso. El “socialismo del siglo XXI” o “neodesarrollismo” extractivista, con todas las diferencias formales que pueda y diga tener del anterior, en esencia es lo mismo: capitalismo puro y duro. Y el ecologismo, en cualquiera de sus versiones, es el “nuevo movimiento social” de oposición progresista que necesita la democracia para reproducirse y mantenerse en este campo: es la izquierda verde… del capital. En suma, todos ellos son diferentes tentáculos mohosos de la misma bestia capitalista. ¿Entonces? ¿Cuál es la solución? “Sólo la revolución proletaria y comunista, en la medida que liquida los fundamentos de la contaminación generalizada, las causas de la destrucción de todos los medios necesarios a la vida verdaderamente humana de la especie [y a la vida de todas las especies], constituye la alternativa válida a la barbarie de la actual civilización.” 


En realidad, las verdaderas catástrofes en el mundo no son naturales sino sociales, las que produce y reproduce esta sociedad siempre a costa y en contra de los proletarios (p. ej. en el último terremoto e incendio en chile). Mejor dicho, el capitalismo es catástrofe; el progreso es catástrofe. Y hoy en día, esta catástrofe es generalizada y más evidente y grave que nunca: la crisis mundial actual no sólo es económica sino también ambiental o ecológica, a lo que se suma la amenaza latente de una nueva guerra mundial, de manera tal que el capitalismo nos está conduciendo directo a la autodestrucción planetaria y como humanidad. En consecuencia, sólo una revolución que destruya y supere al capitalismo podría parar o evitar este potencial mega-suicidio. Si no hay revolución social, a la larga desapareceremos del mapa... del universo. Por lo tanto, la revolución proletaria mundial es la única opción que tenemos –o tendremos- para sobrevivir y vivir como especie y como planeta. (Pareciese que hasta la misma naturaleza pidiese a gritos la revolución total.) Es y será una cuestión de vida o muerte no más. ¿“Socialismo o barbarie”? Ya no, porque ya estamos inmersos en la barbarie propia de la civilización capitalista. ¿Entonces? ¡Comunismo o Muerte!

Pero la revolución comunista será antiprogresista, antidesarrollista o no será. No se trata de mantener y transformar “revolucionariamente” el “lado bueno” o los “aspectos positivos” del progreso (fuerzas productivas, avances tecnológicos, nuevos productos, etc.): eso ya lo hizo y lo sigue haciendo la contrarrevolución capitalista disfrazada de “socialista” y hasta de “comunista”, y por eso estamos en el nivel tan avanzado de catástrofe en el que estamos. Como aciertan en decir unos compañeros internacionales: “El progreso es un cáncer que se expande, mata la tierra y por ende, nos mata a nosotros. No tiene un “lado bueno” el cual podamos ocupar para emanciparnos como se creía a principios de la modernidad, incluso por los revolucionarios. Su lógica requiere siempre abrir cerros, estupidizarnos con sus nuevos chiches tecnológicos, envenenar el agua y la tierra, cosificar todo a su paso, constituir rutinas y alienarnos para servirle... Muchas y muchos creemos que esta sociedad está construida sobre falsedades y cimientos podridos. Y sobre éstos no se puede levantar algo nuevo pues cederá prontamente. Todo está por construir.”  Sobre el problema del petróleo, nosotros precisaremos diciendo que los proletarios debemos interrumpir y sabotear no sólo toda industria extractiva, sino interrumpir y sabotear abruptamente –e históricamente- el progreso mismo (como lo han hecho algunos proletarios en épocas pasadas, y como hoy lo hacen algunos compañeros en varias partes del mundo: Italia, Uruguay, etc...). Agarrar y jalar el freno de esta gran locomotora suicida, parafraseando a Benjamín. Precisando aún más: el problema del petróleo devela que la solución a un problema radical sólo puede ser radical, que la solución sólo puede ser la revolución total. Por lo tanto, nosotros no queremos sólo un mundo sin petróleo, sino un mundo sin capitalismo: el comunismo, el verdadero comunismo.


Al igual que Marx en sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844, en especial el capítulo “Propiedad privada y comunismo”, nosotros estamos convencidos que sólo el comunismo, sobre la base de la abolición de las clases sociales y de la división entre ciudad y campo, reunificará o reconciliará a la humanidad consigo misma y por tanto a la humanidad con la naturaleza. Al abolirse la explotación del hombre por el hombre, se abolirá también la explotación de la naturaleza por el hombre. Y es que los seres humanos también somos naturaleza, de manera que “el comunismo es, como completo naturalismo = humanismo, como completo humanismo = naturalismo; es la verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, [...] es la plena unidad esencial del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el naturalismo realizado del hombre y el realizado humanismo de la naturaleza.” . A diferencia radical del “socialismo real” y del “socialismo del siglo XXI”, es impensable entonces el petróleo, la minería, etc. en el comunismo. Pero a diferencia de las variopintas propuestas ecologistas existentes, tampoco se trata de volver a un idílico pasado primitivo ni de crear una realidad aislada y paralela a esta (tipo “ecoaldeas”): utopías reaccionarias ambas. Se trata ni más ni menos de abolir, mediante la revolución y la dictadura proletarias, las condiciones que hacen posible la explotación humana y de la naturaleza, las catástrofes sociales, los sufrimientos innecesarios, para que la actividad humana no vuelva a ser organizada como trabajo, para que la producción material se decida según las necesidades humanas y de la vida en general y ya no según la ganancia, la cual ciertamente dejaría de existir. Organizando, usando y disfrutando de manera común, consiente y sensata tanto nuestras capacidades como lo que nos provea la naturaleza, respetándola y siendo recíprocos con ella. Construyendo nuevas relaciones de cooperación libre, solidaridad, complementariedad y transparencia entre los seres humanos y, como diría Dauvé entre los animales-humanos y los animales-no humanos y demás seres. “El comunismo debe ser, entre otras cuestiones, la construcción social de un nuevo equilibrio del ser humano con el resto de la naturaleza.” (Cuadernos de Negación N° 8.) Todo lo cual no excluiría ni la contradicción ni el conflicto incluso violento, sino que lo humanizaría y lo resolvería como comunidad –en el caso de los humanos, claro está-. Porque el comunismo no será el paraíso en la tierra, sino una comunidad humana-natural real y mundial. Ni más ni menos. Y a estas alturas de la historia, será esto o perecer para siempre.


Para ello no existen fórmulas o recetas ni tampoco será de la noche a la mañana, obviamente. De lo que sí estamos convencidos es que sólo existe una vía para lograrlo, para parar en seco y cortar de raíz la catástrofe del progreso o la barbarie de la civilización capitalista: la acción directa y autónoma del proletariado contra el capital y el estado, la lucha de clases revolucionaria, la revolución comunista mundial, cuyo fundamento invariante es la abolición de la propiedad privada, el trabajo asalariado, las clases sociales, el estado, las cárceles, las naciones, el mercado mundial, las leyes, las ideologías, las religiones, las guerras... Esto no es utópico. Es posible y, sobre todo, es necesario –inclusive urgente- porque, como dijimos arriba, la revolución social es y será una cuestión de vida o muerte para la humanidad y el planeta. Y su prefiguración o anticipación en actos ha estado y está siempre presente –aunque invisibilizada o distorsionada- en las acciones y relaciones que se tejen en las luchas proletarias no sólo contra la explotación petrolera, sino contra el capital y su estado en general. Allí están las acciones directas y autónomas (piquetes, huelgas, ocupaciones, sabotajes, lucha armada...) del proletariado contra la industria del petróleo y las fuerzas represivas estatales en Irak, Nigeria, Perú, Argentina en los últimos años para demostrarlo, así como para servirnos de fuente de inspiración y aprendizaje para las presentes y futuras luchas en este campo.

Pero mientras el proletariado no actúe, no luche de esa manera, que es como lo determina nuestro ser de clase, y entonces mientras no sea una fuerza social e histórica real, el capital seguirá su carrera catastrófica y suicida. En este caso concreto, Chevrón seguirá haciendo de las suyas en todo el mundo, mientras que aquí el petróleo del Yasuní se explotará de todos modos, así como también se llevarán a cabo los otros “proyectos estratégicos” del actual gobierno o las demás patas de la misma mesa (minería, hidroelectricidad, proyectos multipropósito, exploración de gas natural, petroquímica, astilleros, etc.). E, indefectiblemente, con los años también se desarrollarán y profundizarán las contradicciones intrínsecas a todo este progreso. Se acumularán y estallarán entonces no sólo como “conflictos ambientales” sino como conflictos sociales. Y, como estamos en un contexto de catástrofe y de sobrevivencia para esta sociedad toda, se agudizará el conflicto, el antagonismo de clases: el capital-estado desnudará su verdadero rostro depredador y asesino (seguirá comprando a la gente con migajas y baratijas, pero sobre todo reprimirá sanguinariamente a diestra y siniestra), y el proletariado tendrá que aprender al calor de la misma lucha a responder a estos ataques sin intermediarios ni representantes (gobiernos, partidos, sindicatos, ongs, iglesias, etc.), sin medias tintas ni concesiones, buscando reivindicar e imponer socialmente sus necesidades –y las de la Tierra- sobre las necesidades del capital. En esta guerra de clases, que de latente o velada algún momento pasará a ser abierta –como ya lo es en algunas regiones o al menos en algunos países-, en esta densa a la vez que incierta turbulencia histórico-social, será, por un lado, que el proletariado ha de reemerger, recomponerse y fortalecerse como clase, como sujeto y como poder autónomo; y, por otro lado, será la fuerza la que, en última instancia, decida. Al fin y al cabo, los revolucionarios sabemos que el orden social existente sólo puede ser derrocado por la violencia. Estamos en guerra de clases, y el capitalismo es estructural y cotidianamente violento. Nos maltrata, agrede y mata a diario de múltiples formas. Por lo tanto, la revolución proletaria será violenta o no será. Más aún en las actuales condiciones de catástrofe generalizada donde la solución sólo puede ser total y radical: si no eliminamos al capitalismo, será el capitalismo el que nos eliminará. No nos cansaremos de insistir en que esto es y será una cuestión de vida o muerte. Pero sobre todo de vida, porque la revolución se hace –con amor y rabia- para conquistar y defender la vida, siendo que una de las condiciones para vivir de verdad es destruir lo que nos destruye. “Todo está por construir” dicen aquellos compañeros; pero, como bien acotan otros compañeros: “para vivir en armonía y comenzar una historia verdaderamente humana debemos destruir toda la organización social actual”, puesto que como nos enseñó Bakunin: “No puede haber verdadera revolución sin una destrucción arrolladora y apasionada, una destrucción beneficiosa y fecunda, pues sólo de ella nacen y surgen mundos nuevos.” (La Oveja Negra N° 16.) Destruirlo todo y de raíz, para poder construir un mundo verdaderamente nuevo: ya no un mundo de y para las cosas-mercancías (cuyo dios es el dinero), sino un mundo de y para las personas y los demás seres de la naturaleza. No un mundo de la sobrevivencia, sino un mundo de y para la vida.

La fuerza de los hechos confirmará la fuerza de estas afirmaciones, mejor dicho, de estas negaciones. El progreso capitalista y la guerra de clases, tarde o temprano y de una u otra manera, llegarán a ese punto crítico y de no retorno. Los proletarios revolucionarios, de aquí y de todas partes, hemos de prepararnos y de agitar para ello, para que la revolución social total y radical se vuelva posibilidad y para que ésta posibilidad se vuelva realidad.

Llaman progreso a su más obvia destrucción, cambiando bosques por cemento.
Cultura Profética

El movimiento ecologista es la respuesta burguesa ante esa degradación generalizada de todas las condiciones de vida.
Grupo Comunista Internacionalista


Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia universal. Pero tal vez ocurra con esto algo enteramente distinto. Tal vez las revoluciones son el gesto de agarrar el freno de seguridad que hace el género humano que viaja en ese tren.
Walter Benjamín

Proletarios Revolucionarios
Quito-Ecuador, fines de mayo del 2014

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